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Sin bosques, el cambio climático se acelera

La Amazonía representa la mitad de los bosques tropicales de todo el planeta. Los pueblos indígenas habitan la selva desde siempre. El modelo extractivista avanza sobre esos territorios. Fallos históricos en Ecuador.

Los territorios habitados por pueblos indígenas, en América Latina, África y Asia están amenazados permanentemente por empresas extractivistas de todo tipo: madereras, petroleras, mineras. Todas atentan contra la preservación de los bosques y las aguas, causando daños irreparables no sólo en las propias regiones donde las multinacionales logran concretar sus negocios, sino al mundo entero ya que la desaparición de los bosques implica la aceleración del cambio climático.

Por esto los indígenas se organizan y mientras algunos se presentan en eventos locales e internacionales para hacer escuchar su voz, otros se trasladan al viejo continente para explicar ante líderes mundiales sus prácticas ancestrales de conservación de la naturaleza y otros elevan demandas ante la justicia para detener el extractivismo mortal.

Un freno al despojo

La selva amazónica representa la mitad de los bosques tropicales que quedan en nuestro planeta, produce el 20% del oxígeno y tiene gran influencia en los ciclos hidrológicos del mundo.

Si se continúa con la deforestación de la Amazonía habrá más sequía, más emisiones de dióxido de carbono, pérdida de biodiversidad y más pobreza. Así lo cuenta Luis Sepúlveda en su novela El viejo que leía novelas de amor: “Enormes máquinas abrían caminos y los shuar aumentaron su movilidad. Ya no permanecían los tres años acostumbrados en un mismo lugar, para luego desplazarse y permitir la recuperación de la naturaleza. Entre estación y estación cargaban con sus chozas y los huesos de sus muertos alejándose de los extraños que aparecían ocupando las riberas del Nangaritza. Llegaban más colonos, llamados con promesas de desarrollo ganadero y maderero. Con ellos llegaba también el alcohol desprovisto de ritual y, por ende, la degeneración de los más débiles. Y, sobre todo, aumentaba la peste de los buscadores de oro, individuos sin escrúpulos venidos desde todos los confines sin otro norte que una riqueza rápida”.

Los documentos salidos de oficinas públicas y juzgados abordan los mismos temas sin la profundidad de las palabras que pasan por el corazón: la Corte Constitucional de Ecuador falló a favor de los pueblos en aislamiento voluntario y la conservación del Parque Nacional Yasuní, el más grande y biodiverso de ese país, protegido por ley desde 1989. En 2008, el ex presidente Rafael Correa propuso no extraer el petróleo de esa región, solicitando a cambio una contribución al mundo, ya que se evitaría emitir carbono al ambiente. Pero su propuesta no prosperó y en el 2019, su sucesor, Lenin Moreno, permitió por decreto la explotación petrolera en zona de amortiguamiento. Esto causó una deforestación de más de 400 hectáreas cuyo impacto se conocerá, dicen los investigadores, recién dentro de un siglo, informando además que, en esa zona, existen unas 100 mil especies de organismos, principalmente vertebrados, por cada hectárea de bosque. La tala, la remoción de la tierra y el derrame de petróleo -que siempre existe- seguramente ya extinguieron un gran porcentaje.

También los indígenas de Sucumbios, al norte de Ecuador, rechazan los proyectos extractivos y también han logrado un fallo a su favor.

Una tercera sentencia volvió a respaldar a los pueblos indígenas: se declaró inconstitucional la ley del agua vigente ya que no garantiza el recurso como bien público y comunitario y, por el contrario, prioriza los proyectos extractivos.

Si bien estos fallos marcan un antecedente histórico no sólo en defensa de los pueblos indígenas, sino también en el reconocimiento de que la naturaleza debe ser preservada para los aspectos vitales de la vida, ¿es necesario iniciar acciones judiciales para esto?

Los gobiernos traidores de América Latina permiten que las multinacionales arranquen los recursos del Sur para seguir manteniendo el derroche de los países del Norte. La crisis económica, climática y humanitaria es desigual. ¿Cuándo los países ricos reconocerán su responsabilidad histórica en este delicado momento que atraviesa la humanidad?

Por Mónica Carinchi